OnCeMiNuToS EN LA AVENIDA GRAU
Sus pisadas, musicalizando las seis de la tarde, atraviesan el pasto intermedio entre los dos carriles de la avenida Grau. El trabajo espera. Se detienen, se maquillan, ultiman sus arreglos, se avecina una noche larga y fría en la que atenderán a más de un cliente, claro con cuidado de los policías que frente al prostíbulo, en la esquina de la avenida José Gálvez con Grau, las vigilan.
Las luces del Hospital de Emergencias de Essalud refulgen sobre la recién llegada oscuridad, la avenida se tiñe de un color amarillento. El espectáculo de las mesalinas se inicia, ríen, comparten secretos y maquillajes que sacan de diminutas carteras, ganara la que tenga mas colorete.
Las luces del Hospital de Emergencias de Essalud refulgen sobre la recién llegada oscuridad, la avenida se tiñe de un color amarillento. El espectáculo de las mesalinas se inicia, ríen, comparten secretos y maquillajes que sacan de diminutas carteras, ganara la que tenga mas colorete.
“Hay que engordar chola, yo estaba flaca me he engordado…”
Sus coloridas, apretujadas y diminutas ropas auspician sus inmensidades.
Se lo pide casi silenciosamente, sin afán, ella con seguridad le responde: “Aquí al costado”, e indica con la mirada el número 195 de la avenida Grau, su interlocutor es un tipo con la casaca impermeable blanqueada, le dirige una mirada cínica y en su andar lleva la panza hacia delante. Deja que avance y la sigue sin mirarla. El ingreso es angosto, oculto. El primer cliente de la noche.
Mas allá la delincuencia aparece en pantalones cortos, anchos desgarbados, gorros de estilo reguetonero, inseguridad y miedo, los transeúntes apresuran el paso. “…Oral todo por eso precio”, ofertan sus labios violeta-carmín, pero los ve y avanza unos pasos, ¡rápido!, corre casi tropezando, se detiene ante la otra pista y se cubre con una casaca que saca de su bolso. La policía llega.
Abajo, en la Vía Expresa Grau, los buses se abarrotan de ciudadanos dispuestos a llegar a sus destinos. Arriba ellas se enrumban con cada cliente. La noche pasara tranquila, “como siempre” aducen. Solo es esperar junto a la pared, de costado exponiendo la mercadería, endurecer los glúteos, ponerse derecha, desafiante y agudizar la coqueta mirada. “Buenas noches” dice él, “hola” le susurra ella guiñándole el ojo. Uno más.
Se lo pide casi silenciosamente, sin afán, ella con seguridad le responde: “Aquí al costado”, e indica con la mirada el número 195 de la avenida Grau, su interlocutor es un tipo con la casaca impermeable blanqueada, le dirige una mirada cínica y en su andar lleva la panza hacia delante. Deja que avance y la sigue sin mirarla. El ingreso es angosto, oculto. El primer cliente de la noche.
Mas allá la delincuencia aparece en pantalones cortos, anchos desgarbados, gorros de estilo reguetonero, inseguridad y miedo, los transeúntes apresuran el paso. “…Oral todo por eso precio”, ofertan sus labios violeta-carmín, pero los ve y avanza unos pasos, ¡rápido!, corre casi tropezando, se detiene ante la otra pista y se cubre con una casaca que saca de su bolso. La policía llega.
Abajo, en la Vía Expresa Grau, los buses se abarrotan de ciudadanos dispuestos a llegar a sus destinos. Arriba ellas se enrumban con cada cliente. La noche pasara tranquila, “como siempre” aducen. Solo es esperar junto a la pared, de costado exponiendo la mercadería, endurecer los glúteos, ponerse derecha, desafiante y agudizar la coqueta mirada. “Buenas noches” dice él, “hola” le susurra ella guiñándole el ojo. Uno más.
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