Padre Serpa - Instituto Monserrat

Las señoritas del Monserrat
Forman parte del Instituto Pedagógico Montserrat, el cual ha pasado por etapas de desarrollo que no han sido fáciles de superar.
La misa

Las señoritas van los domingos a la misa que se celebra en la Parroquia Santa María de Huachipa, justo frente al internado. Sus vestidos azules, blusas blancas, pelo corto a la altura del cuello parecen aludir a la novicia rebelde, ingresan en fila, en orden y se sientan como buenas compañeras en las siete primeras filas de la derecha. Para ir antes han debido de correr a las cinco de la mañana, tal como lo hacen a diario, la policía femenina las acompaña, esta es ya una rutina sagrada. Todas son mujeres jóvenes que provienen de provincias, “prohibido limeñas” diría jocosamente una de las encargadas.

Inicios

El padre Cerpa es el director de este Instituto, cuya labor desinteresada inició su aventura hace casi veinte años y aun no cree se haya convertido en lo que es, un formal centro de estudios para jóvenes provincianas de bajos recursos económicos que hayan culminado el quinto año de secundaria. “Las formamos para que de aquí salgan a enfrentar la vida con una empresa si es posible (…) son tres años de formación que finalizan sustentando un proyecto en power point”
En un inicio su labor estuvo dirigida a aquellas huérfanas por la pobreza y la guerra interna que acaeció en la década del ochenta y noventa principalmente en los departamentos de Ayacucho y Huancavelica. “En el primer año todo es básico, luego es especializado en empresas, eso en las mañanas y en las tardes estudiamos, tejido, costura, ganadería, cosmetología, depende, cada año es un especialidad”. Se sustentan con donaciones extranjeras y el apoyo del Estado.

Señorita alias “la loretana”

Es domingo, día de visitas, ella sabe que no vendrán a visitarla, su único familiar en Lima, su hermana, ha ido de viaje a Loreto. Prefiere no salir, esta ligada a su labor en la panadería del Instituto, orgullosa determina “yo fui una de las mejores de mi promoción hace dos años, solo son tres las escogidas y se quedan a laborar aquí. Yo soy la encargada de manejar a las chicas nuevas- dice mientras sus pupilas fulguran su logro- ellas se equivocan, hay que cuidarlas”
Ella tiene apenas veintitrés años, se vino en contra de la voluntad familiar de Loreto a Lima, ya había terminado la secundaria y decidió ampliar sus perspectivas. Algo melancólica revela que su mamá no quiso, pero ahora está contenta. Un volante la enteró sobre el Instituto, al principio le tenía miedo al internado pero las policías encargadas de su control les han enseñado disciplina y ha valorar su formación, definitivamente esta satisfecha.
Su proyecto sobre el aguaje y su uso industrial que permite conservar la pulpa por dos semanas es único, “tiene que ser un proyecto sobre la riquezas de donde vienes (…) el aguaje es muy utilizado pero la pulpa solo dura dos días”. De pronto su rostro joven se dirige al nuevo cliente que ha llegado, un señor de la municipalidad, “Panes franceses, cachito, integral, maíz, mantequilla, gaseosas, útiles escolares…” promociona el letrero de la acendrada panadería.

Fin de fiesta

El día domingo termina con un sol increíble de invierno. El reloj da las cinco de la tarde, “a veces viene el Padre el Serpa a llevarse sus pancitos a la Molina”, indica sonriendo la señorita Loretana mientras da órdenes a sus compañeras. El color verde que refulge en las paredes externas de la amplia Institución parece denotar aquel color esperanza que nos llena cuando se quiere enfrentar las calamidades de pobreza, de terrorismo o de indiferencia.

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